Sus
cabezas son dos pequeños astros, el pelo rubio brilla como soles.
El perro
es color arena y mis peces dragones dormidos.
Tomándolos
de las manos, los invito a ir al cuarto de mamá.
Saltamos
sobre su cama, con cuidado de no pisar su cabeza.
Nos
empujamos, pegamos, el amanecer se va colando entre nosotros por donde puede.
Las risas
son genuinas, nadie tiene el valor helado de clamar por silencio, no hay
interesados en censurar nuestra diversión.
Somos
contagiosos; las sábanas se unen a nuestros rebotes, la madre dormida sonríe,
la naturaleza nos ampara.
Hasta que
la hora nos traiciona, separa nuestros cuerpos y pone fin a nuestra fiesta, a
la vez que, maliciosa, incita al olvido.