Mi lengua conoce de memoria el contorno de tus areolas,
automático. Tu cuello, tu ombligo.
Mi nariz sabe dónde está la tuya, se tuerce lo justo para no aplastarla.
Mi nariz sabe dónde está la tuya, se tuerce lo justo para no aplastarla.
Mis manos toman la forma de tu espalda, recorren la
redondez de tus piernas.
Cuando nuestros dientes se chocaron, me tente a reírme.
La costumbre, el miedo a perderla, a incorporarla, a ser
esclavo o a quedar fuera de ella.
El sexo, tan desagradable, me vuelve un dios.
El amor, nos hace a todos extraños.
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