Respeto al escarabajo, pequeño zafiro que camina por las galerías de la estancia.
Cariño al sapo que no lastima, sin uñas ni dientes, hijo del agua y de la tierra, superior al hombre que apenas camina erguido ochenta años. Distancia y admiración por los anillos de la serpiente que pasa sin miedo frente a los dedos de mis pies.
Vergüenza de mi nombre y de las rodillas que se doblan bajo el peso de mi ego.
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