sábado, 26 de febrero de 2011

Cien años





Muy pocas cosas despiertan realmente mi admiración, menos mi adoración, ninguna una obsesión.

No sé si fue esa voz triste, la letra desoladora o una guitarra que parecía llorar y quejarse, desgarrando cada uno de mis sentidos, lo que me hizo admirar al ser humano por vez primera. Las once canciones diciéndome que no estoy solo, que no existe ni el blanco ni el negro, que podía ser trasgresión y normalidad a la vez, popular y diferente, todo lo que siempre quise ser.

¿Cómo se tatúa una voz en el cuerpo? ¿Cómo hago para que esta se meta lo más profundo posible en mi carne? ¿Cómo hago para llevar una emoción lírica, sentimental y maniática en una sola representación?

Pienso en colores y flores, en que todo es como tiene que serlo, que la belleza física es ridícula. Me olvido de cosas como el sexo, deja de existir para mí. El herir es estúpido, el querer no puede ir más allá de un deseo de cariño, mi nombre es magnífico.

Yo elegiría una eternidad de ser solo un admirador silencioso, una y otra vez.

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