lunes, 29 de agosto de 2011

See my liver


Nací como el decimoprimer hijo, hay cinco por delante y cinco por detrás de mí, hay diez iguales a mí, pero me tocó ser yo. No soy alto, no soy petiso. Tengo el tipo de belleza por el que nadie se molesta, invisible, ni asco ni aprobación. Todo lo que herede será repartido como migajas entre los que llegaron antes, y miles de abrazos y hermosas esposas consolaran a los que quedaron atrás, pero nada caerá en mi boca.



En mi canción favorita escucho al artista tragar saliva, cada vez que despega los labios se escucha un sonido pegajoso,  puedo sentir su lengua pastosa golpear contra el paladar. En ese momento me doy cuenta de la humanidad de lo que me rodea, el perro que aprendió a hablar con la mirada, no lo soporto, mi hermana que vuelve a casa vomitando, ese autor que definió mi escolaridad. Nací para amar la magia, y ésta ya se agotó, al menos en la tierra dónde me empuja la gravedad. Y aún así, el único dios al que reconozco es poseedor no sólo de humanidad, sino también de kilos sobrantes.

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