domingo, 7 de agosto de 2011

Baliarda, en vos confío.

Asumiré el bien y el mal, así que, dios, no me liberes.
Quiero abrir espacio entre mis venas para llenarme de polvo y miel.
Permitirme coger y después llorar en los brazos de algún guardián por la terrible violación.
No hay control sobre mí, tengo mis miedos, pero ellos no me tienen a mí. Se volvió mi frase de cabecera, un verso protector, con el cual invocaba a mi inconsciente.
Miedo a ser asesinado, a los miles de recuerdos que se meten debajo de la almohada cada noche.
Las mentiras se acurrucan en la alfombra, cercanas a la chimenea, me cantan hasta dormirme.


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Cortémosle las piernas a las horas de angustia, violemos su recto, sorbamos sus fluidos y acabemos en sus cuencas. Rompamos sus piernas y drenemos la felicidad que antaño nos perteneció.
 No hay recompensas milagrosas del karma, dejarse abusar es desprecio propio y manipulación. Me asqueé de fantasear con la idea de ser dios.
[YO SOY DIOS.
 YO. Los odio, odio que me toquen, que sus manos corruptas ensucien mi manto, que sus genios poco evolucionados no entiendan mis lógicos razonamientos.]
Me cansé de no ubicarme en mi lugar como mugre, en insistir en ser algo mejor con anhelos constantes.

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