martes, 28 de diciembre de 2010

Casa tía.

Las fantasías que no se pueden contar porque son demasiado obscenas para quienes me acompañan son las que por las noches no me dejan dormir. La idea de que me atropelle un auto, colectivo, incluso bicicleta es incontenible. El deseo de que el transeúnte a mi lado sea un demente armado, locamente atraído a mis brazos o estómago, es repulsiva. No sé de donde salen, ni porque nacieron, solo me mantengo firme a la idea de que mañana voy a pensar menos y que los años se fueron llevando todo tipo de deseo.

¿Qué voy a decir este año que se viene? Que esta vez lo diferente es que todo está igual.

Cuando mis ojos no sirven para ver recto, me gusta jugar el papel de la normalidad.

Desafiarme a ser lo más regular posible.

Pero el pensamiento es incontrolable.

El hombre es estúpido y no puede ni siquiera educarse a sí mismo.

Para mí las cebras son los animales de la alegría y los animales son los que llenan el vacío que sentimos por el simple hecho de ser personas. Son nuestros iguales silenciosos, solo nos responden cuando nos ven completamente entregados a ellos.

No hay comentarios: