miércoles, 6 de abril de 2011

Cualunque

Gente, niños, que se escriben a sí mismos letras de consuelo, que se dicen a ellos mismos que se aman, porque nadie más lo va a hacer sino. Párrafos y párrafos describiendo sin variaciones lo único que los hace infelices. En un libro, los hombres vulgares eran llamados “hombres niño”, vacíos, pero felices en su ignorancia, sin hambre intelectual. Detesté leer una descripción así sobre mí, me ofendió semejante acierto.

Yo no trago las pastillas, las disuelvo en mi lengua, así el efecto es más rápido y efectivo.  Mi boca se llena con el conocido gusto a miedo, aventura y estupidez.
Me sentí completamente ridículo cuando una palabra se volvió inmensa en comparación mía. Logró paralizarme como al animal que se reconoce perdido frente a su predador.

No es el agotamiento lo que me descompone, sino la frustración ante tanta flojera.

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