domingo, 9 de octubre de 2011

Patrisha

Logré liberar lo físico, pero la avalancha ya se había tragado aquello a lo que los crédulos llaman alma. Molesto por la pérdida, aún más por no poder señalar otro culpable del derrumbe que no sea yo, volví a la sociedad.
Mi búsqueda había resultado en fracaso, mis gritos provocaron la catástrofe. Yo, que quería conquistar el miedo, me volví su esclavo.
Ya entre las personas erré como un fantasma, sin mi olor ellos no podían reconocerme. Tocando sus codos provocaba cosquillas en lugar de atención. No era uno de ellos, se comportaban como el pájaro que abandona a las crías que fueron manoseadas por niños curiosos.
La avalancha arrastró lejos de mí a la codicia y a la envidia. No las intenté recuperar creyendo haberme liberado de su mal. Muriendo de hambre, comprendí que tales sentimientos no son más que parte del sentido de supervivencia en el hombre.
Yo, quién no tiene necesidad alguna, perdí mi lugar entre los hombres.

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